
Hace unas horas que he vuelto del Congreso de Música de Cine Ciudad de Úbeda, celebrado en la localidad indicada en el título del mismo, en la provincia de Jaén. La verdad es que hay mucho que contar que podría ser de interés, como las risas que nos echamos Marc, Dani, Asier, David, Javier, Isabel, Carmen, el gran Naimar, la futura estrella de la composición Oscar Xiberta y alguno más que me dejo en el tintero seguro; el odio que siente Sergio Benítez hacia mi persona (XDDD); mis fotos con John Frizzel (Alien Resurrection), John Debney (La Pasión de Cristo), John Ottman (Superman Returns), o cualquiera de las miles de anécdotas que han sucedido en ese pueblecito andaluz. Pero no sería fiel a la realidad si hablara de todo eso y obviara lo más importante: el sentimiento. En jornadas frikis como estas realmente uno se da cuenta de que verdaderamente ama la música de cine; el término amar siempre me ha paecido muy cursi, para que mentir, pero no encuentro nada más que descubra y destape el tarro de las esencias en que para mi va envuelta la música de cine (la buena, por supuesto). He vibrado con Conan, he volado con Superman Returns, y pos supuesto he conocido y admirado al gran compositor que es John Debney, que me puso los pelos de punta con su interpretación de Resurection.
Pero no sólo yo amo la música. En primer órden, destacando en la lista de frikis que allá arriba, en el paraiso de los frikis de las bandas sonoras, seguro que hacen, está Basil Poledouris (en la foto). Este pedazo de compositor acaba de superar una gran enfermedad y años de inactividad, y creedme cuando os digo que el calor de los fans que adoramos su música, ha conseguido devolverle una ínfima parte de la felicidad que él nos ha proporcionado a lo largo de los años con Conan, Robocop, Starship Troopers, y un larguísimo etcétera que no puedo ennumerar aquí por razones de espacio (sic). El Congreso se me ha hecho corto, y las anécdotas y los buenos momentos quedan para el recuerdo, las fotos para algún amiguete, y los sentimientos para el que más se los merece... cada uno de nosotros mismos.