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viernes, 21 de noviembre de 2008

¿Eres un auténtico vasco? ¡ Despeja tus dudas!

Hola a todos,

Muchas veces uno se jacta y se aterroriza al mismo tiempo de que su capacidad para asombrarse haya menguado tanto; me refiero al tránsito por la vida en general, porque en la sociedad de la información es inevitable percatarse de la variedad de disparates y entelequias que cirulan alegremente por el mundo y por los que muchas veces se ha derramado sangre. Sin embargo, hete aquí una muestra de que por mucho que uno de por muerta a esa mentada capacidad, es capaz de remontar el vuelo cual Ave Fénix. Leed el enlace que cito a continuación:

AQUÍ

Desde luego hay que reconocer el mérito a la hora de elaborar tal despropósito, amén de la suprema estulticia con la que se pretende revestir el texto con un contenido meramente expositivo y probablemente científico.

El problema de los nacionalismos es que no han conseguido ser fieles a sí mismos y ahora han de buscar cualquier excusa que se adapte a la modernidad (para evitar los argumentos desdeñados por el tiempo, la historia y los derechos humanos) para justificar una diversidad insignificante en comparación con lo que nos une.

Los nacionalismos, decía, no han sido fieles a sí mismos y han buscado desmarcarse de lo que son. Los nacionalismos (nótese que me refiero a los españoles y no a los de distinto orden mundial, que encuentran diversas justificaciones) provienen de la creencia de la individualidad de la cultura, la lengua, la política e incluso a veces, cuando falla lo demás, o de forma añadida, la raza; esta individualidad no es ciertamente la nota definitoria por completo, sino el hecho de apoyarse en el Historicismo político y del Derecho (siendo este formulado por Savigny en Alemania), que concierta que para cada pueblo deben de haber unas normas jurídicas propias, siendo bastante vago el término "pueblo". Obsérvese que no se refiere tan sólo a las tradiciones legislativas de cada país o nación, sino al derecho innegable de cada pueblo a que le rijan sus propias normas de acuerdo con su Historia, detalle que tiene su relevancia: si bien algún bienintencionado lector podría pensar que se refiere sólo a tener en cuenta la Historia para legislar, le adverito que se equivoca. La Historia es aquí, también, sinónimo de Destino. Así, Savigny, además de gran jurista, fue un importante defensor de la expulsión y aniquilación de los judios en Alemania. ¿Por qué? Porque Alemania (los pueblos que la componían, más bien, ya que la unficación alemana era relativamente reciente) era un pueblo históricamente conquistador y civilizado, que había visto como su calidad se deterioraba por la injerencia de la cultura judía en sus instancias políticas, jurídicas y culturales. Algo parecido aflora en el insigne nacionalismo español: los derechos como pueblo, porque los vascos somos una nación histórica que posee unos derechos inherentes. Esto, evidentemente choca claramente con un concepto moderno de las relaciones con lo público, donde los derechos son del ciudadano y es esta la pieza nuclear del puzzle (el ciudadano, claro), obviando fundamentos anticuados como los pueblos o las razas. No obstante, para evitar las relaciones con el nazismo y evitar comparaciones odiosas (aunque ciertas, a fin de cuentas) parece que formalmente se omiten las remisiones al Historicismo.

Fallido el intento de justificarse por medio de las enseñanzas de Savigny, se pervierte el nacionalismo histórico y propio del mundo entero en siglos posteriores, consistente en un amor por la nación y en una exaltación de la misma, añadiéndole tintes autóctonos como el indepentismo o soberanismo. Sin embargo, los nacionalistas saben tan bien como el resto de españoles que alcanzar su presunta meta supondría morir de éxito. Al igual que otras corrientes reivindicativas basadas en elementos mágicos y de escaso valor racional, su consecución demostraría su falsedad; las proposiciones que unen bienestar e independencia se tornarían, desde un punto de la lógica formal, incipientemente falsas, desconociendo hasta donde pueden llegar los hilos de necedad.

Por ello, fracasados los intentos de justificar política y moralmente el ideario nacionalista (insolidario y emotivo, a falta de otras razones), se acude a algo tan primario como señalar las diferencias, que no son tantas si establecemos patrones lógicos de análisis. Por esto, se opta por la vía incontestable: demostrar científicamente que hay motivos para establecer diferencias, y por tanto, privilegios basados en la suma de presuntos derechos históricos con la aspiración de autogestionar las rentas de aquellos. De ahí que hablar de "la raza vasca" sea algo habitual en círculos nacionalistas; parece que ser genéticamente distinto otorga derechos porque sí a pagar menos impuestos (Cupo y Concierto Vasco), a mantener en el Parlamento Vasco a un partido ilegalizado durante más de un año desoyendo sentencias judiciales y a pretender recibir fondos públicos del Estado que se acerquen a lo que el País Vasco aporta al Estado. Pues oigan, probablemente yo sea genéticamente distinto de mi vecino de enfrente, que él es flaco y yo gordo; solicito ya mismo pagar menos impuestos que él.

Por supuesto, no olvidemos que un territorio donde lo importante es éste y no el ciudadano; donde la reivindicación se hace desde la tierra, desde las porciones de terreno; donde se legitima la pertenencia a un grupo en función de lo vasco que se sea (si no eres vasco eres el enemigo), será testigo directo del comienzo de la medición de la vascoidad. Si se convierte en algo medible (no tanto por la capacidad de medirse, sino porque alguien tenga la necesidad de medirlo) podrá medirse el grado de ciudadanía, ya que lo importante es ser vasco, y quién lo es más, merece mayores privilegios que quién es mestizo o "no es de los nuestros". De ahí al nazismo hay una fracción de milímetro.

Lo malo de esto es que son mensajes que van calando en una sociedad desinformada, con unos periodistas lamentables que desatienden mendazmente su labor de informar con una alegría impropia de gente que recibe un salario se supone que por trabajar.

Por mi parte, os invito a que no os dejeis embaucar por tonterías absolutas como las del enlace mostrado. Tontería no porque sea cierto o no que son diferentes genéticamente. Sino porque eso, al menos en la sociedad que tenemos, es irrelevante de todas todas en el resto de ámbitos. ¿Por qué en el suyo no?.

Saludos a todos.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Derechos

Me preguntaba un amiguete hace unos días "¿los alumnos tienen derecho a la huelga?" en relación a las protestas por la reforma de Bolonia, lo que desembocó en una explicación sucinta del mismo.

Como tengo el blog un poco abandonado, aprovecho para contestar aquí a esa pregunta y de paso perfilar un poco el contenido del derecho a la libertad de expresión aclarando uno de los malentendidos que suelen darse entorno a él.

La primera pregunta es sencilla de responder: a los estudiantes no les asiste un derecho a la huelga. ¿Por qué?. Sencillo: la huelga es un método, histórico y material, de protesta frente al patrón, circunscrito al ámbito laboral o, de forma más amplia (pero poco), al ámbito de las relaciones con quién paga las acciones comerciales o profesionales por cuenta de otros. Por tanto, la paralización de la actividad productiva se configura como un medio mediante el cual presionar a ese patrón antes referido.

De cara a los estudiantes, al margen de que la Ley no identifique en ningún lado a sujeto y derecho en este marco, la medida, aún ilegal, sería de escasa utilidad. El estudiante no tiene una relación obligacional recíproca con su entorno académico. Salvo el pago de las tasas universitarias, no hay otra obligación que deba cumplir frente a la Universidad; asistir a clase, hacer un examen o tomar apuntes no son sino obligaciones que quedan dentro del ámbito de responsabilidad personal del alumno, pero no un contravalor de obligado cumplimiento respecto a recibir enseñanzas por parte de un profesor. Así, dificilmente puede presionarse a la Universidad mediante huelgas que no desestabilizan a la institución.

Cosa distinta es que se hable del derecho de manifestación. Ahí sí que todos aquellos que se sientan perjudicados por la reforma de Bolonia pueden encontrar una institución en la que apoyarse. Si, tal y como parece, Bolonia viene a revolucionar el mundo académico (para peor, en opinión de muchos, entre los que me incluyo) y alguien se considera agraviado por el cambio o solidario con aquellos tiene perfecto derecho a decirlo y a manifestarse por ello.

Tocando ya la cuestión del derecho a la libertad de expresión, quiero referirme a un malentendido común, que consiste en confundir ese derecho con otro que no viene recogido e ninguna parte, que es el derecho a que a uno le escuchen o le tomen en serio.
La libertad de expresión es invocada una y otra vez en paralelo a unos argumentos discursivos paupérrimos por parte de muchos contertulios que tratan inútilmente de reflexionar en profundidad de materias que desconocen en igual medida. Del mismo modo, parecen obviar que las opiniones, aunque válidamente emitidas, no valen lo mismo cuando hablamos de según qué cosas. Evidentemente, no seré yo quién me excluya de esta regla, esto es, que no quiero decir que yo sí puedo hablar y otros no; simplemente sostengo que hay debates donde mi propia opinión podrá tener un peso específico y otras (pongamos de neurocirugía) no valdrá absolutamente nada.

La libertad de expresión nos ampara y protege para que podamos expresar una opinión, pero como nada dice del contenido de la misma, deben ser los oyentes o receptores quienes valoren ese contenido, y su reacción puede venir determinada por aquel, manifestándose en forma de ignorar dicha opinión, aceptarla, o rechazarla.

Sin más, espero veros con más prontitud la próxima vez.

Saludetes